Antigua palabra proveniente del latín horologium y esta del griego hôrologion —compuesta por hôra 'hora'+ legion 'indicar', 'anunciar'—, que se extendió a varias lenguas latinas: horloge, en francés; relógio, en portugués; orologio, en italiano; rellotge, en catalán. En la forma española hay aféresis de ho- y apofonía en ro, que cambia a re, así
como apócope de los tres fonemas finales del latín. Entre los latinos
se empleaba generalmente con la denotación de 'reloj de sol', pero
Vitruvio y Casiodoro llamaron horologium aquatile 'reloj de agua'
a la clepsidra. Corominas asegura que la palabra arribó al castellano a
partir del catalán, pasando inicialmente por reloje y afirma que se llegó a la forma actual a partir del plural relojes.
Recordemos que en Andalucía y en muchas regiones de América es frecuente oír reló.
Al parecer, el primer reloj público con agujas, tal como los de hoy, se
instaló en 1326 en Alemania, el segundo, en 1344 en Padua, el tercero,
de fabricación alemana, se ubicó en París en 1370; el cuarto fue el de
la catedral de Barcelona, en 1393 y el quinto, el de Sevilla, en 1396.
Como vemos, las nuevas tecnologías se difundían a fines de la Edad Media
algo más lentamente que hoy.
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